Los Hijos Multiplican la Vida

Es un privilegio para cualquier ser el participar en la generación de otro nuevo ser, pues aparte de ser la prolongación de la especie y la herencia de nuestro futuro significan mucho más de lo que aparentan.

Los seres que nos llamamos inteligentes tienen además la capacidad de educar, acompañar y amar a estos pequeños a través de su proceso de madurez e independencia. Los seres humanos tenemos a nuestros hijos cerca más años que cualquiera de las otras especies que cubren la tierra, porque la formación de un ser humano maduro toma más tiempo y demanda una atención especial y dedicada de sus padres y parientes.

Esto ya lo sabemos. No he agregado nada a lo que es así desde tiempos inmemoriales.

Mi reflexión es acerca del gran valor o premio que uno recibe al ser padre, es sobre esa capacidad de amar que se ensancha en nuestro corazón y que nos hace abrirnos a todos los hijos del mundo. Es una capacidad, un don de Dios que nos hace sensibles a las necesidades y dolores de la humanidad, e incluso de todos los seres vivientes.

Uno abraza a sus hijos disfrutando su cercanía. Uno besa a sus hijos gozando de sus sonrisas. Uno contempla sus rostros haciendo vigilia sobre sus sueños. Uno los oye gritar, cantar y jugar; correr, revolcarse y saltar; bailar, pelear y llorar. Son vertiginosos chiquitos que revolucionan el ambiente y desequilibran cualquier orden.

Y eso me hace sentirme repleto de sensaciones gratas, de energía interna, de gratuidad constante. Pero también me llena de pena por todos los padres que pierden a sus hijos en accidentes, enfermedades y catástrofes. Me hago solidario en el dolor de los demás, como si les pudiera pasar algo similar a los míos. Uno vibra en las cuerdas de la vida, ya sea para dar acordes de festejo, como de tristeza. Por eso me entristezco mucho al saber que existen miles de madres que abortan, de miles de hombres que no reconocen su paternidad, por miles que agreden y esclavizan a estos pequeños, a los miles que son indiferentes a las miserias de estos infantes, a los miles que dicen amar, pero se dedican a crecer ellos y no de darles el incentivo necesario a quienes dicen amar, y que sólo mantienen en forma supérflua.

Ser padre me hace vivir en forma intensa la apertura al amor, con todo el precio que se deba pagar, ya que su premio huele a eterno, y su sabor endulza y entibia el alma.

¿Qué se sufre por los hijos? Menos de lo que se les ama.
¿Qué son ingratos estos hijos? No importa. El manantial que nutre sigue manando y rebosando.
¿Qué alguna vez nos olviden? Quizás. Hasta que les toque ser padres y entren al territorio que nosotros hollamos hace décadas.

¡Qué bien se está aquí!

Zarpar rumbo al infinito es imposible cuando se ha encontrado el verdadero hogar, fuente de todo amor y toda paz.

¿Es necesario ir para algún lado u ocuparse en algún oficio si es que todo lo que ansiábamos está cerca nuestro?

Si bien en la vida aparecen oasis de descanso y solaz, en los que uno desearía permanecer eternamente, es cuando aparecen fechas y plazos, responsabilidades y quebrantos, que vienen a decirnos que hay que proseguir el camino de la vida, soñando con encontrar otro lugar donde finalmente descansar definitivamente.

Aunque estemos hablando de dolores y sacrificios un paraíso hace que las penas parezcan pequeñas, el amor alivia cualquier mal.

Mientras siento el arrullo de la madre o de la amada quisiera dormirme en sus brazos y no despertar jamás.

Mientras converso con almas gemelas de cosas trascendentes quisiera que el tiempo no pasara por ese lugar.

Qué bien se está aquí, Señor, contemplando la pureza de lo eterno, compartiendo el manjar de los dioses desgranado en palabras que hacen arder el corazón.

Qué bien se está aquí, Señor, junto a ti y a los que amas, viviendo una vida plena de contemplación y regocijo de todas las cosas creadas, de la historia del universo y de tu plan de amor para con todos los que has creado.

¿Por qué hemos de bajar del Monte?
¿Para qué volver a temas mundanos, sin trascendencias, tan rutinarios, tan vacíos de sentido? ¿No ves que temo olvidar lo que ya vi y lo que viví en tu compañía?

Pregúntale a los que nos acompañan...
¿acaso no piensan lo mismo que yo?

¿No puedes prolongar este momento un poco más...
una eternidad más?

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