Santidad Vegetal

Hace ya algún tiempo que las cosas no eran las mismas. Pareciera que hay rutinas que cansan algunas mentes inteligentes. A veces le habría gustado ser como un árbol, que crece lentamente sin moverse, sujeto a la rutina de vivir sin mayores cuestionamientos.

 

Miraba por la ventana invernal ese árbol que parecía muerto, pero sólo en apariencia. Sabía que acercándose a la primavera se notaría su presencia con verdes brotes asomando entre la cáscara muerta.

 

Cómo le gustaría ser como un vegetal, que sin molestar a nadie aporta y da beneficios a su entorno, que no le preocupa conocer  más que lo que lo rodea, sin expectativas, sin dañar, e impasible en el tiempo.

 

Envidiaba esa paz, esa calma en el crecer sin un ruido. Admiraba su conciencia milenaria, su presencia sempiterna. Un vegetal se corta, se quema, se come, se usa; no obstante, hereda en su muerte más vida que cualquier otro ser  semejante. Normalmente un vegetal noble sigue transmitiendo su filosofía de vida a través de incontables generaciones, que no son más que una prolongación de él mismo.

 

Qué poco se sabe de un árbol, qué fácil es menospreciarlo. El violín más digno es madera de ese ser. El pan de cada día es ese ser. Es el principio de una sociedad de células que aprende a vivir en comunidad.

 

Quizás los seres avanzados son sólo una mutación bastarda que usufructan del tesoro vegetal. El vegetal es el principio de toda cadena biológica y ecológica. Qué poco entendemos la grandeza de su forma de ser, y, si bien, seguiremos robándoles su vida, por lo menos respetar su dignidad.

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